Agua verde, verde, verde,
agua encantada del
Júcar,
verde del pinar
serrano
que casi te vio en
la cuna
-bosques de san
sebastianes
en la serranía
oscura,
que por el costado
herido
resinas de oro
rezuman-;
verde de corpiños
verdes,
ojos verdes, verdes
lunas,
de las colmenas,
palacios
menores de la
dulzura,
y verde -rubor
temprano
que te asoma a las
espumas-
de soñar, soñar
-tan niña-
con mediterráneas
nupcias.
Álamos, y cuántos
álamos
se suicidan por tu
culpa,
rompiendo cristales
verdes
de tu verde, verde
urna.
Cuenca, toda de
plata,
quiere en ti verse
desnuda,
y se estira, de
puntillas,
sobre sus treinta
columnas.
No pienses tanto en
tus bodas,
no pienses, agua
del Júcar,
que de tan verde te
añilas,
te amoratas y te
azulas.
No te pintes ya tan
pronto
colores que no son
tuyas.
Tus labios sabrán a
sal,
tus pechos sabrán a
azúcar
cuando de tan
verde, verde,
¿dónde corpiños y
lunas,
pinos, álamos y
torres
y sueños del alto
Júcar?
- Gerardo Diego
(1970) -
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