Hoy navegando por google, he encontrado esta poesía de una mujer, la dedica a su pueblo que abandono siendo joven, buscando nuevos horizontes.
Me ha gustado mucho pues es lo que nos ha pasado a muchos de nosotros, aunque al igual que ella no hemos olvidado nuestras vivencias.
¿Quién dice que los primeros años de nuestra niñez no cuentan?
Son los más importantes de nuestra vida
donde se forjan los sueños, donde recoges los frutos
del amor de la familia, la amistad y el apego a todo
cuanto te ha hecho sentir feliz.
A partir de esta edad, tuve que alejarme,
vivir fuera de tu entorno, pero gravé tu 
nombre en lo más profundo de mi corazón.
Se enredaron en mis ojos los verdes olivares,
el color blanco de tus casas, las aceras limpias recién regadas,
y el olor a humo de chimenea en las tardes de invierno,
donde mi muñeca, lápices de colores cuadernos
y el eco de una canción que mi madre siempre tarareaba,
me hacían tan feliz.
En esas tardes, me acompañaba el olor a pan recién hecho,
a tierra mojada rebaño y huerto.
Nunca se fue de mi retina el oleaje que formaba el trigo en su lejanía,
olas verdes que el viento mecía anunciando la siesta, y esa hora
sagrada de reposo obligado para mitigar el calor sofocante.
Recuerdo los cuentos de mamá María, 
la abuela gordita dulce y guapa como una virgen.
Nunca he olvidado esa época de mi vida,
la mantuve conmigo acariciando cada vivencia 
que, como flores frescas he regado y cuidado
para que nunca se marchiten.
No puedo dejar que se alejen los bellos recuerdos, 
cuando a veces intentan alejarse
los busco en el espacio y el tiempo,
y regresan de puntilla como pidiendo
permiso a ese otro tiempo que me ocupa donde mora 
lo presente lo florido y sublime Y que hace que se escurra 
de mi mente tanto bello recuerdo sin darme apenas cuenta.
Cuando eso ocurre, me noto vacía, como si me faltara 
algo que me pertenece y forma parte del alimento 
que me nutre, que me mantiene viva.
El tiempo pasa inevitablemente y solemos dar prioridad 
al presente, pero el pasado si ha dejado huella no 
deja de llamar nuestra atención
como niño pequeño que necesita mimos y juego.
He aquí amor por lo vivido. Me rindo ante ti pueblo querido,
y ante los que se alejaron dejándome un tesoro de bondad, amor y cariño.
Me rindo ante tus casas blancas tu Ermita de Gracia 
coronada en las alturas como estrella herrarte.
Me rindo ante tus verdes olivares 
que el tiempo no ha derrocado sino que firmes centenarios, 
siguen dando fruto y productividad a la comarca.
Me rindo ante tu idiosincrasia, fiestas marianas que atraen a vecinos y foráneos,
ante tus noches de verano caluroso, donde los vecinos salen 
a su puerta a compartir recuerdos sentimientos y amistad,
esa tertulia tan de pueblo que en ti no se ha perdido
y me evoca a mi niñez, en esas tardes noches de tertulia 
que me enseñaron a querer a mi tierra con devoción y respeto.
Me dormía siempre escuchando las vivencias de unos abuelos 
que dejaron parte de su vida destrozada a jirones por la escases de medios 
de un tiempo que n fue fácil para nadie,
esas noches de luna clara que iluminaba el campo y daba acicate 
al canto de chicharras y pajarillos nocturnos, así como a las ranas 
que descansaban en el arroyuelo
donde tantos momentos gratos me hizo pasar y más de un susto 
al saltar por sus malezas, como animalillo salvaje.
Me rindo ante ti, ¡Pueblo querido!, ante mi estirpe, 
y ante la Virgen  que te da prestigio. 
-La Virgen De  Gracia-, patrona tan querida y venerada por mi familia 
especialmente por mi madre, su devoción a ella era muy grande.
Archidona, pueblo que me vio nacer.
Que tu recuerdo no me abandone nunca, que florezca cada día
igual que los campos florecen con el agua de la lluvia.
María Borrego. 10/9/2009
http://lacomunidad.elpais.com/carisdul/category/malaga-y-provincia
